Estoy más que convencido de que el nombre de Gordon Murray te es más que familiar. Y no es para menos, ya que Murray fue diseñador que trabajó para escuderías de la Fórmula 1 como Brabham y McLaren. Pero tal vez, sea más recordado por haber sido el diseñador de todo un hito de la historia de los súper deportivos como es el McLaren F1, uno de los primeros automóviles de producción en usar un chasis monocasco de fibra de carbono.
Pero, a pesar de su dilatada carrera profesional, Gordon Murray realizó una creación totalmente independiente junto al expiloto Chris Craft, fundando para ello la compañía Little Car Company. La idea de ambos amigos fue la de construir un vehículo deportivo que recordase a los antiguos coches de competición.
ASÍ ES EL LCC ROCKET.
Para empezar, recordemos que si el Rocket nacía con la idea era la de recrear a los antiguos vehículos de competición, evidentemente debía presentar diseño de monoplaza de cabina abierta. Sin embargo, para que ganase en versatilidad, y a pesar de medir 3,52 mts. de longitud, no se trataba de un monoplaza, ya que también podía acomodar a un pasajero situado en un segundo asiento tras el piloto, y que en el caso de que no tuviese que usarse, podía quedar tapado por una cubierta extraíble para ganar eficiencia aerodinámica. Todo este diseño se creó sobre un chasis de acero tubular.
En cuanto a su motorización, el Rocket equipaba un motor Yamaha de 4 cilindros y solamente 1000 c.c con 145 CV de potencia y una caja de cambios de nada más y nada menos que 10 relaciones. Aunque no pueda parecer un motor muy potente, hay que destacar que, gracias al empleo de materiales muy ligeros para su construcción, su peso de 386 kilogramos. Traduciendo, que esta relación potencia-peso propició que el Rocket hiciera honor a su nombre y fuese el coche con la aceleración más rápida del mundo cuando comenzó su producción en el año 1992.
¿Pero cómo era su conducción? Pues según algunas fuentes de la época, y a tenor de su peso, debía ser un vehículo extraordinariamente ágil, muy al estilo F-1, y eso que contaba con unas suspensiones simples de dobles triángulos, pero complementadas con unos amortiguadores Showa (muy ligados también al mundo de la competición) especialmente diseñados para el Rocket.
Finalmente, se llegaron a producir solamente 55 unidades del Rocket entre 1992 y 1998, debido a problemas burocráticos y la imposición de nuevas regulaciones legales que el Rocket debía cumplir si quería seguir en producción por lo que el Rocket no tardó en convertirse en un modelo icónico y desconocido en la historia del automovilismo. Una de estas unidades quedó en manos del propio Gordon Murray, la cual pudo verse rodar en el festival de Goodwood del año 2023.
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