Hace ya unos meses, tuve la ocasión de escribír un artículo en la web donde colaboro con motivo de los datos dados a conocer por la DGT sobre los resultados de la última campaña de controles de alcohol y drogas practicados el pasado fin de semana en las carreteras españolas.
Pues bien, dichos datos me provocaron escalofríos cuando los comprobé. Y es que nada más y nada menos que el 36% de los sometidos al control antidroga dieron positivo. Pero ahí no queda todo, ya que el 50% de los implicados en un accidente había consumido algún tipo de sustancia estupefaciente.
Evidentemente son datos muy preocupantes, aunque también hubiera deseado saber en qué tipo de contexto se han realizado dichos controles, ya que seguramente si casi todos se han hecho a la salida de algún polígono regentado por discotequeros adictos a la música tecno y las botellonas durante las primeras horas de la madrugada no tendría que preocuparme tanto.
De todas formas, independientemente de los resultados, no he podido dejar de reflexionar sobre el hecho en sí; es decir, en el mero acto de que a alguien se le pase por la cabeza el coger su vehículo y conducir bajo los efectos del alcohol y/o las drogas. ¿Es que verdaderamente ignoramos del peligro que ello conlleva? ¿Sabemos lo peligroso que es pero siempre pensamos que no ocurrirá nada? ¿Qué es lo que nos aporta el alcohol y las drogas hasta tal punto de asumir esos riesgos?
Todos nuestros actos surgen a partir de una necesidad, así que hay que buscar cuál es el origen de la necesidad de emborracharse o drogarse. En este aspecto, siempre he defendido que la gran lacra que salpica a la sociedad actual ha sido el aburrimiento. Como decía un excelente profesor que tuve en la universidad, "hoy en día sólo se aburren los tontos, porque siempre hay algo que hacer". Y no le falta razón, ahora tenemos muchas más opciones de entretenimiento que nuestros antepasados, lo cual conlleva también que tengamos más miedo a aburrirnos. El aburrimiento no forma parte de nuestro destino natural, y lo combatimos hasta tal punto que ya no buscamos el placer del entretenimiento, sino la excitación. Así pues, el aburrimiento es un problema fundamental para el ejercicio de acciones moralmente criticables.
Existen dos formas de combatir el aburrimiento: una de ellas es fructífera y la otra es meramente ridícula. La fructífera se basa en la ausencia de drogas, mientras que la ridícula se basa en la ausencia de actividades vitales. Pues bien, lo que se aplica a las drogas se puede aplicar a todo tipo de excitación. El problema reside en que una vida llena de excitación es una vida agotadora, ya que se necesitan continuamente estímulos cada vez más fuertes para obtener la excitación que se ha llegado a considerar como parte esencial del placer.
Es esta búsqueda de la excitación lo que lleva a ir siempre más allá, hasta tal punto de realizar acciones como las del objeto de este artículo. ¿Cómo combatirla? Ojalá tuviera la respuesta para ello, pero como sigo defendiendo desde hace muchos años, diré que todo comienza con la educación. Deberíamos a enseñar a nuestros hijos la importancia de adquirir una vida más o menos monótona, y los padres modernos tenemos mucha culpa de que ello no sea así proporcionando a nuestros hijos demasiadas diversiones pasivas, ignoramos la importancia que tiene para un niño que un día sea igual que otro, y que los placeres que extraiga de esos días sean los que surjan de su entorno aplicando un poco de esfuerzo e inventiva.
Un buen ejemplo de ello son los anteriormente mencionados poligoneros: para ellos, el salir cada fin de semana se convierte ya en un hecho monótono, por lo que lo combaten a base de alcohol al principio. Poco a poco, el beber se convierte en otro hábito, y lo contrarrestan bebiendo más, hasta tal punto de que necesitan llegar a las drogas. Ésto se convierte en un círculo vicioso en el que se ignoran las consecuencias de los actos en busca de esa excitación tan valiosa que no importa si, en el mejor de los casos, tienes la mala suerte de que te pillen en un control y tengas que estar una temporada a la sombra, no dudando después en alardear de su hazaña, o yendo de víctimas de un sistema injusto que siempre va a por ellos, porque "no le hacen mal a nadie y controlan perfectamente".
Lamentablemente, este fenómeno no se limita exclusivamente a este colectivo: gente adinerada, trabajadores con empleo fijo, padres de familia, famosos, deportistas, indigentes, etc, también buscan en las drogas esta excitación temporal que nos ayude a olvidar la monotonía de sus vidas.
Esperemos que la DGT comience a tomar medidas sin ningún tipo de demora ante esta nueva lacra que nos acecha en nuestras carreteras, porque de no hacerlo me temo que el número de víctimas en la carretera no va a descender ni en sueños.
No saben él daño que puede causar cuando la persona, que conduce toma drogas, y al col. Lo malo que muchos accidente, se chocan con otro coche, que en su interior ay una familia, entera y por culpa del que va drogado o bebido fallecen toda la familia, y el sobrevivió echos reales, y entran en prisión y salen por otra puerta es decir, les condenan a solo 8años, y con buen comportamiento pagan la mitad. osea 4 años.
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