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RELATO CORTO: EL FANTASMA DE LA MONTAÑA (1ª parte)

Tras la buena acogida que tuvo el microrrelato "El piloto dormido" quisiera compartir con vosotros otro relato de ficción en torno al mundo del automóvil, algo muy escaso en el mundo literario. Esta vez, se trata de un relato dividido en dos partes con tintes de misterio y acción que espero consiga teneros en tensión, o al menos que paséis un rato entretenido leyéndolo. Espero que os guste.  

EL FANTASMA DE LA MONTAÑA (1ª parte) 


La madrugada estaba dando comienzo, y tanto las bandejas apiladas sobre las mesas como la demás basura variada desperdigada por el suelo, me hacían dudar sobre si los clientes que habían cenado en aquel McDonald´s 24 horas tenían más afinidad genética con los cerdos que con los humanos. Mientras saboreaba mi café cargado de azúcar, daba un último repaso a mis anotaciones con el fin de asegurarme de que tenía todo el recorrido perfectamente grabado en mi memoria. Teóricamente no tenía motivos para estar preocupado; durante los tres días anteriores había descendido la carretera de aquella montaña un buen número de veces, de modo que conocía perfectamente cuáles eran los puntos más conflictivos del trayecto y cómo debía encararlos.

                Bebí otro sorbo de café y desvié mi vista hacía el sucio cristal del establecimiento para contemplar a mi querido Mitsubishi Lancer Evo IX de color rojo. Hacía ya dos años que conseguí hacer mi sueño realidad comprando este coche, y cada vez que lo veía siempre recordaba el sacrificio y trabajo que me costó reunir el dinero suficiente para adquiridlo. Entonces comencé a recordar cuando, nada más sacarme el carné de conducir, mi padre me sorprendió regalándome aquel humilde utilitario de tercera mano que tanta ilusión me hizo. Mi padre me miró con cara de “sé lo que te gustan los coches; ojalá pudiera haberte comprado algo mejor hijo mío”, pero a mí eso no me importó; por muy viejo que fuera, por pocos caballos que tuviera, y por incómodo que fuera, aquel era mi coche. Pronto mi eterno amor por las curvas se intensificó, y mientras los fines de semana los jóvenes de mi edad se dedicaban a salir de fiesta y pillar borracheras, yo ahorraba dinero para poder costearme el pilotar en circuitos, perderme a altas horas de la madrugada por carreteras solitarias, y aprender técnicas de conducción deportiva. No buscaba carreras, ni demostrar que podía ser más rápido que otros; sólo quería disfrutar conduciendo al límite aprendiendo poco a poco a dominar técnicas como frenar con el pie izquierdo, el punta-tacón, o incluso usar el freno de mano para derrapar. Aprender todas estas técnicas me llevó aproximadamente un año y más de un susto, pero el esfuerzo había valido la pena.

                Aquella era la noche se daban todos los ingredientes perfectos para asaltar el descenso de la montaña. Era noche de plenilunio, el cielo estaba totalmente despejado, y la luna brillaba como si fuese un diamante, a lo que había que añadir que la pequeña localidad situada a los pies del gigante rocoso estaba en fiestas, de modo que las posibilidades de cruzarme con otro vehículo eran más que remotas. Sin embargo, en aquella ocasión me encontraba algo más inquieto de lo habitual, como si tuviese un mal presentimiento... Menos mal que no soy de esos que le hace caso a las intuiciones.

A parte de tener unos de los mejores miradores de la región, esta montaña se hizo también muy popular en el mundillo de las carreras clandestinas debido a su complejidad y mezcla de zonas rápidas con curvas exageradamente cerradas. Sólo los más osados, y aquellos que tuviesen una gran cantidad de dinero para modificar sus vehículos, competir y apostar, se atrevían a participar en las carreras que allí se celebraban. Este hecho no tardó en llegar a manos de las autoridades locales, aunque no por ello cesaron las carreras. Raro era el día en que no apareciese en los periódicos noticias sobre alguna persecución. Pero la policía local, ni sus vehículos, estaban preparados para ello, de modo que tuvieron que llegar refuerzos nacionales para tomar el control de la situación.

                Tras acabar el café y despedirme amablemente de los cansados trabajadores del establecimiento, me subí a mi Evo IX y emprendí rumbo sosegado hacía la montaña. Tal y como me esperaba, no me crucé con ningún otro vehículo durante el ascenso, por lo que estuve muy tentado a realizar mi rápida bajada nada más llegar a la cima, hasta que pensé que no era buena idea romper con mi tradición de comenzar el desafío a las tres de la madrugada. Como todavía quedaban unos sesenta minutos para la hora señalada, recliné el asiento y cerré los ojos para descansar la vista mientras escuchaba algo de música.

                Tres menos diez de la mañana. Abro los ojos y me dispongo a comenzar mi habitual rito antes de comenzar un descenso. Vuelvo a colocar el asiento en la postura de conducción, me pongo el cinturón de seguridad, y coloco el smartphone sobre su soporte del salpicadero. A continuación giro la llave de contacto y el silencio que hasta ahora reinaba en la cima fue violado por el estruendo rugido procedente del motor de dos litros turbo sonando al ralentí, desconecto todas las ayudas a la conducción disponibles, y finalmente enciendo las luces. Tras esperar un par de minutos para que el turbo estuviese bien lubricado me dirigí hacía el punto donde comenzaba el descenso y activé la cuenta atrás de diez segundos del cronómetro de mi móvil. Nueve segundos… concentración máxima. Ocho segundos... respiro profundamente... Seis segundos... piso embrague y meto primera... Cinco segundos... piso el acelerador y procuro mantener el régimen sobre las 3.500 revoluciones para tener todo el par máximo en la salida... Tres... Dos.... Uno...

                Suelto el pedal del embrague e instantáneamente toda la fuerza del motor se dirige a los cuatros neumáticos que no han tenido una adherencia perfecta a causa de encontrarse algo fríos… “Debí haber calentado un poco las ruedas antes de iniciar el descenso” pensé. Sin que dé tiempo a pestañear, el motor sube como una exhalación hasta las 7.000 revoluciones y cambio todo lo velozmente que puedo a segunda. De nuevo 7.000 revoluciones, lo que indica que ya voy casi 100 km/h, tercera… cuarta… 160 km/h y vislumbro la primera curva. Se trata de una horquilla a derechas de casi 180 grados, piso el freno y realizo punta-tacón para reducir a tercera y posteriormente a segunda. Seguidamente tiro del freno de mano, giro hacia la derecha y en cuanto noto como se va la trasera del coche hacía el exterior de la curva giro el volante a la izquierda y acelero a fondo. A causa de los neumáticos fríos la trasera se había ido un poco más de lo previsto, pero en general el tiempo de paso por la complicada curva fue bueno.

                Las siguientes tres curvas no presentan grandes complicaciones, no son cerradas y tienen buena visibilidad, de modo que las atravieso con facilidad. Un ligero vistazo al crono y esbozo una sonrisa al comprobar que voy al ritmo previsto a pesar del inicial inconveniente de los neumáticos. Sin embargo, nada más atravesar una nueva curva de derechas unas luces cegadoras comenzaron a reflejarse por el retrovisor interior… ¿Otro coche? ¿Cómo era posible? Cuando inicié el descenso no había nadie más en la cima de la montaña, y según mis estudios en lo que llevaba de trayecto no existía ninguna zona donde otro vehículo pudiera estar escondido sin que fuese visto al no existir ninguna salida o cuneta donde poder estacionar. A estas alturas eso daba igual, lo que realmente importaba es que ese coche tendría que ir a un ritmo endiablado, pero... ¿Cuáles eran sus intenciones?

                Evidentemente no estaba interesado en lo más mínimo en competir contra este coche que había salido de la nada, así que encendí las luces de emergencia y me eché a un lado para facilitarle el paso. Este hecho me dio mucha rabia porque había fastidiado mi descenso, aunque siempre podría dar media vuelta y empezar de nuevo. Pero lejos de adelantarme, el extraño vehículo se puso a mi rebufo y no vaciló en darme un pequeño golpe en el parachoques trasero.

     -  ¡Pero qué cojones…!  – grité con rabia mientras apretaba el claxon como si la vida me fuera en ello -. ¡Muy bien! ¡Si quieres jugar, jugaremos! -. Clavé el pie en el acelerador y el misterioso coche comenzó a seguirme sin apenas distanciarse de mí. Estaba claro que debía ser un coche muy potente, pero más desconcertante aún era el ruido de su motor. Era un ruido extraño, algo que no había escuchado en mi vida, tanto que no se parecía a nada que resultase familiar; más que un motor rugiendo era un agudo aullido de desesperación que producía en mi interior un escalofrío indescriptible. ¿De qué coche se trataba? ¿Qué tipo de modificación le habían hecho para que sonase de aquella manera tan terrorífica? No podía saberlo, las luces que proyectaban eran tan cegadoras que ya resultaba complicado, si quiera, distinguir su silueta. Daba igual, había que centrarse en la carretera. Jamás había competido contra otro coche porque no era algo que me llamara especialmente la atención, pero dadas las circunstancias estaba dispuesto a aceptar el reto y demostrar de qué pasta estaba hecho.

                Me aproximaba a una curva de derechas de unos noventa grados. Era una curva de trayectoria larga, pero con trampa, ya que la entrada era bastante abierta, sin embargo su trazada se cerraba y el carril se estrechaba conforme la abordabas, de modo que si entrabas demasiado al límite podías acabar mal. Me aproximo a la curva, freno y reduzco hasta segunda, un ligero zig-zag de izquierda y derecha con el volante para ponerlo de lado, hago contravolante y piso a fondo. El coche se desliza muy suavemente hasta que de nuevo siento que mi perseguidor impacta contra la trasera de mi EVO…

-  ¡Noooo! – grito desesperadamente. ¡El coche comenzaba a sobrevirar demasiado y la parte posterior se iba hacía el exterior de la curva! Seguidamente noté como la aleta trasera izquierda del coche tocaba contra el quitamiedos y toda la inercia del leve impacto provocaba que  el morro se me fuera hacía la cuneta. ¡Si no reaccionaba a tiempo haría un trompo y perdería el control! Afortunadamente pude estabilizar la trayectoria del coche y evitar el salir despedido por el precipicio. Estaba claro que en ese momento la tracción a las cuatro ruedas de mi EVO IX hicieron el trabajo que Dios no quiso hacer.

                No podía creer lo que había pasado… En mi vida había sentido una experiencia tan aterradora. Comencé a recuperar la respiración mientras sentía que mi corazón luchaba por salir de mi pecho cuando comprendí que lo que había ocurrido no había sido un accidente. Aquel coche había tratado de echarme de la carretera a propósito, por lo que esta no sería una carrera por ver quién era el más rápido, sería una carrera por mi vida.

                De nuevo el odioso sonido de ese extraño motor me hizo volver a la realidad. Otra vez lo tenía al rebufo. Me acercaba a la zona más rápida del recorrido, aproximadamente un kilómetro de pequeñas curvas entrelazadas que formaban un slalom que podrían pasarse a una velocidad elevada si se conseguía mantener la trazada correcta. No lo dudé, si quería dejar atrás a esa pesadilla sobre ruedas tenía que realizar ese tramo yendo más allá de los límites y jugarme el todo por el todo aprovechando hasta el último milímetro de calzada disponible. Un nuevo suspiro y otra vez piso el pedal del acelerador a fondo. Tercera velocidad… Cuarta… Quinta… Iba a más de 200 km/h mientras luchaba contra el volante para mantener el coche lo más recto posible mientras engullía una curva tras otra, pero no conseguía distanciarme. Es más, aquel coche tomaba las curvas de una forma extraña… No daba indicios de perder ni una pizca de tracción, su carrocería tampoco se balanceaba ni parecía que le afectasen las irregularidades del asfalto. Dios… Era como si ese coche fuese sobre raíles.

                Era peor que una pesadilla. Había conseguido pasar el slalom de curvas a una velocidad muy superior a la que había imaginado y aquel vehículo seguía detrás de mí como si nada. ¡Y de nuevo ese aullido! ¡Los tímpanos mi iban a reventar! Tenía que luchar contra esa cacofonía demoníaca y concentrarme en lo que me esperaba a continuación; la curva más complicada de la montaña. Una curva larga de izquierdas que enlazaba con otra de derechas muy cerrada. Pero estas dos curvas no eran lo más preocupante, lo peor es que mi enemigo trataría de nuevo de aprovechar mi frenada para sacarme de la vía. ¿Qué podía hacer? Necesitaba una estrategia.

                ¡Ya lo tenía! Si quería evitar ser embestido de nuevo tendría que engañar a mi oponente para que me adelantase al tomar la primera curva y posteriormente tratar de adelantarlo en la segunda. Inmediatamente pegué mi vehículo en el lado derecho de la calzada, y tal como esperaba mi perseguidor hizo lo mismo… 300 metros para la curva… Realizo un brusco cambio de carril, y cuando mi rival hace lo mismo vuelvo al carril derecho y freno con toda la fuerza que me permite mi pie derecho. Mi inesperada y temprana frenada ha funcionado, y el demoníaco vehículo me adelanta por mi izquierda, siendo entonces cuando entré en un estado de auténtico terror… ¡Mi perseguidor era un coche de policía, un simple coche de policía! Sin tiempo para asimilar lo que estaban viendo mis ojos el coche de policía se detuvo en seco… ¡Imposible! ¡Ningún coche de este mundo tiene la capacidad frenar así! Lo que ya era extraño de por sí se convirtió en inexplicable, y estupefacto ante lo que acababa de ver, no fui consciente de que tenía la curva encima.

                Sin tiempo de reacción giro bruscamente el volante hacía la izquierda para evitar estamparme contra la pared exterior de la curva, sin embargo me aproximo a la inminente curva de derechas con el coche totalmente de lado y fuera de la trazada correcta. Giro totalmente el volante hacía la derecha y tiro del freno de mano con toda mí alma, contravolante hacía la izquierda y acelero a tope. Voy por el exterior de la curva y mis ruedas traseras comienzan a luchar desde la cuneta por volver al asfalto. En un segundo contemplo toda mi vida pasando delante de mí…

-  ¡No lo conseguiré! - Cierro fuertemente los ojos esperando lo inevitable hasta que siento como los neumáticos traseros vuelven al asfalto, consigo abrir los ojos y estabilizo el coche… Exhalo una gran bocanada de aire y vuelvo a respirar intensamente mientras retiro el sudor de mi frente. Nunca había estado tan cerca de la muerte, pero por fin todo había acabado…

                Sólo quedaban 500 metros de recta para llegar al final del descenso; 500 metros que contemplaba con esperanza, pero que fue de nuevo interrumpida por el aullido de ese motor de ultratumba.

-   ¡No, otra vez no! – grité desesperadamente. - ¡Déjame en paz! – Sin tener a penas tiempo de reacción, el fantasmagórico vehículo policial se puso justo a mi derecha y comenzó a golpear el lateral de mi coche en un nuevo intento de sacarme de la calzada. - ¡Muy bien hijo de puta, si quieres guerra tendrás guerra! – vociferé desgañitándome la garganta. Sin vacilar comencé a empujar a mi perseguidor, y ambos entramos en una lucha encarnizada por ver quién era el primero en sacar a su rival de la carretera. Nuestros coches devoraban los metros pegados el uno con el otro, hasta que comprendí que el verdadero objetivo de mi oponente no era sacarme del asfalto, sino que me estrellase contra un coche que venía en dirección contraria. Era imposible cambiar de carril, por lo que nada más fui consciente de tal hecho intenté frenar en seco, pero como si estuviesen poseídos los frenos de mi coche no respondían. Los faros de aquel inocente vehículo que comenzaba a hacerme ráfagas se convirtieron en los ojos de la muerte, y justo antes de que estuviese a punto de tapar mi rostro con mis brazos para protegerme de lo inevitable me percaté de la existencia de una pequeña escapada de tierra a la izquierda de la carretera. Aquel pequeño tramo de grava se había convertido en mi pasaporte para evitar una muerte segura, de modo que lo invado con determinación y evito la fatal tragedia justo un segundo antes de que ocurriese. Aunque no había acabado todo. La escapada apenas tenía unos metros de longitud y mi EVO se deslizaba sobre la grava. Por fortuna, la tracción integral hizo de nuevo acto de presencia y consigo devolver a mi coche hacía el amado asfalto. Otra vez tengo a mi pesadilla sobre ruedas situado a mi lado, pero justo antes de atravesar la primera de una serie de farolas que iluminan la calzada dándote la bienvenida al mundo urbano, mi espectral enemigo se detiene en seco y sus cegadoras luces desaparecen.

Sin tiempo para asimilar lo que había ocurrido piso fuertemente el pedal del freno y bloqueo las ruedas por completo. Como si de una feroz tormenta se tratase, el chirrido de los neumáticos derrapando sobre el asfalto irrumpieron en el silencio de la noche cuando recordé que sólo unos segundos antes mi sistema de frenos no funcionaban en absoluto. Abro la puerta de mi coche, bajo de él mientras trato de que mis temblorosas piernas no pierdan la suficiente fuerza para mantenerme en pie, y seguidamente caigo al suelo al contemplar que donde comienza el tramo de carretera de la montaña no hay nadie; absolutamente nadie.

                Han pasado tres días desde aquella terrorífica noche y todavía no he conseguido dormir más de una hora seguida sin tener algún tipo de pesadilla. Sentado en una silla del pequeño taller que tengo montado en mi casa, abro una Coca-Cola para refrescarme mientras hago un descanso en el proceso de reparación de los daños que ha sufrido mi querido Mitsubishi Lancer Evo IX MR de color rojo. Cojo el smartphone que tengo situado al borde de la mesa, y por enésima vez leo la página web donde hace un año publicaron una noticia que hablaba de la muerte de un policía local durante una persecución contra coches modificados que tuvo lugar en la carretera de montaña de una pequeña localidad.

                                                                                              FIN


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