Siempre me he considerado como una persona bastante tecnófoba. No, no es que eche de menos rebobinar un viejo cassette para escuchar la música que me gusta o ver una película en VHS, es más, pienso que la tecnología puede llegar a ser maravillosa, pero siempre he sido muy reacio a todo lo novedoso, hasta que finalmente he acabado sucumbiendo a sus encantos. La razón de este extraño comportamiento es que siempre he considerado a la tecnología como un arma de doble filo que, aunque pueda facilitarnos mucho las cosas, paralelamente nos convierte en seres dependientes de ella. Corremos el peligro de volvernos seres automatizados, sin conciencia y totalmente dormidos tanto emocional como cognitivamente hasta tal punto de convertirnos en seres igualmente de automatizados como las máquinas que poseemos o creemos poseer.